Opinión | Pedro Expósito.- Si un portero no llega lleno de barro al vestuario no es un buen portero. Lo dijo Javier Clemente, ni recuerdo cuando, y no puedo estar más de acuerdo. El fútbol es de quien lo juega, lo ama, lo sufre y para el que se le va la vida en ello. Lo más importante de lo menos importante.
Sin embargo últimamente el fútbol se ha convertido en algo teledirigido. Audiencias, contratos, televisiones, negocios, Asía… sí, Asía… han hecho de este bello deporte una mera transición de temporadas en las que ya se sabe lo que va a pasar o se puede cerrar mucho el círculo en torno a las posibilidades al menos. No me voy a detener en Tebas, en los posibles amaños de la UEFA en los sorteos ni en nada relacionado con el fútbol de ¿alto nivel?
Me detengo en el más modesto, en el que ni sueña con cobrar algo relacionado con lo anterior en su vida. El de barro, el de albero – aún queda – el de directivos que son entrenadores, taquilleros, acomodadores, choferes y hasta camareros. Me detengo en el fútbol maltratado por señores que van de traje y cuyo trabajo no deja de ser, cuanto menos, dudoso.
Hablo de federaciones regionales, que manejan el fútbol a su antojo y sin el criterio que te da el bajar al barro a mamarlo. Gente que, muy bien vestida, se dedica a hacer sorteros, ir a comer a los pueblos y a cobrar mensualmente por no intervenir en el devenir de tantos y tantos clubs de sus provincias a los que ningunean a su antojo. Lavándose las manos, eso sí.
Personas que gestionan la sangría anual de un modesto club de pueblo que apenas llega para pagar la gasolina de sus futbolistas de fuera, si es que se los pudiera permitir, para entretener al pueblo que, a su vez, suele ser injusto con esto pidiendo, por ejemplo, que un albañil de treinta y cinco años emule a Cristiano Ronaldo jugándose la pierna y por tanto su trabajo.
No obstante tampoco me voy a detener en esos menesteres, se suele decir que hay afición y afición. No es el tema que me incumbe. Lo que realmente me molesta es el maltrato que reciben los clubs más pequeños de parte de la federación. Prácticamente son entidades que se dedican a pagar y no tienen derecho a protesta. O sí, pero no se les atiende. Solo vale un acta, es la palabra de un árbitro – que puede acertar o equivocarse e igualmente cobrará por ello – contra la de un directivo que se deja sangre, sudor y lágrimas por unos colores desinteresadamente.
No lo considero justo. No considero que atar de manos a los clubs, los que aportan los jugadores y por tanto el espectáculo, sea una gran idea. Pero lo estoy viviendo a diario. Solo valen los papeles. Ni alegaciones, ni peticiones, ni nada de nada.
Molesta. Y molesta porque muchas veces no son (somos) conscientes de lo que supone gestionar un club modesto de pueblo y tampoco de lo que aporta a la sociedad de un pueblo. Padres y madres delegan en entrenadores, directivos, voluntarios… la educación de sus niños. Labor social, formación del niño, adquisición de valores de equipo, los apartan de otro mundo nocivo y, con suerte, les resuelven la vida si llegan a ser algo en el mundo del fútbol. Parece no importar.
El deporte no es vestirse de traje. El deporte es sudor. Y ya son varios los equipos que apuestan por no hacer sudar a sus más pequeños valores en competiciones gestionadas por federaciones que parecen buscar en otro lado alejado del esto haciendo gala de un falso fair play que asquea.